Las mujeres que alimentan la Pasión de Iztapalapa
Por Memo Bautista
Para las hermanas MariLu, Rutilia, Magda, Meche y Guille Cano Reyes, así como doña Alicia Reyes, su mamá, la Semana Santa es la época más importante del año. Durante la representación de la Pasión en Iztapalapa estas mujeres cocinan el bacalao a la vizcaína, el pozole de pollo, el bacalao de lonja y los romeritos para alimentar a un centenar de personas entre músicos, personajes bíblicos, gente del comité organizador, uno que otro empleado de la delegación y cualquier persona que les pida un plato de comida.
En 1943 don Martín Cano Juárez abrió las puertas de su casa, en la segunda cerrada de la calle de Aztecas, para que ahí se ensayaran los pasajes bíblicos. Al morir, su hijo Juan Cano Martínez siguió con el legado de su padre. Ahí en la Casa de los Ensayos se elige a los actores que participarán en la Pasión, también sesiona el comité organizador y se ensayan los pasajes que narran los últimos días de Jesús; es el camerino donde los pobladores de los ocho barrios de Iztapalapa se convierte en personajes bíblicos y sirve para escenificar la prisión del Cristo. Así ha sido desde hace 74 años.
Cada año la “Marcha dragona” acompaña al Cristo de Iztapalapa durante toda la representación. La pieza es ejecutada por la banda regional de Los Hermanos Meraz, desde hace 60 años. Cada vez que Juan escuchaba a la banda tocar se llenaba de nostalgia por su papá. Así que un día, hace 26 años, sus hijas, invitaron a comer a la casa a los músicos que viajan desde Santa María Nativitas, en el Estado de México.
“Ellos llegan, comen, tocan, bajan, tocan, se van. El viernes se levantan, les damos de almorzar, tocan, se van, vienen, tocan. Tocan mucho acá en la casa y por eso mi papá y mi mamá se sentían felices”, me cuenta Magda mientras fríe en manteca de cerdo el cacahuate que será parte del mole para los romeritos.
Don Juan murió hace cuatro años, pero sus hijas continúan con la tarea encomendada por él: no abandonar la Pasión.
Doña Alicia sentada dirige las acciones de sus hijas mientras preparan los ingredientes para el mole antes de llevarlo al molino: “ponle otro poco de cacahuate”, “le falta freír a la tortilla”, “¿la canela?”. Nada se le escapa a esta mujer de 90 años y a su mirada bicolor —un ojo lo tiene negro y el otro azul por un trasplante de cornea—. La matriarca aprendió de sus mayores cuando era muy joven. Sin embargo, nadie le dijo cómo hacerlo. Ella, como ahora, se acercaba para ver qué cocinaban. Y aprendió bien, tanto que no falta quien le pida que le venda un poco de su mole “porque no hace daño”.
El jueves en la madrugada las hermanas comienzan a cocinar el bacalao a la vizcaína y el arroz que ofrecerán a la banda de música. En el transcurso de la mañana la casa se llena de gente. Llegan personas del comité organizador de la Semana Santa, los actores principales de la representación, maquillistas y modistos profesionales —algunos trabajan en Televisa— que han sido contratados para que Jesús, María, la Virgen Dolorosa y demás personajes luzcan sus cabellos largos, barbas, heridas y demás rasgos como si fueran reales.
Atrás han quedado los tiempos en que casi todos los personajes eran interpretados por personas entre 30 o 40 años, a excepción de Jesús, que no debe rebasar 33, igual que el Cristo al morir. Ahora casi todos son jóvenes que andan en sus 20. Ya no ronda por ahí el pulque o la caguama, antes o después de la escenificación. Ahora el agua de jamaica, piña y tamarindo de las hermanas Cano sacia la sed de la gente.
A las 12:30 del día el sonido de las trompetas, tubas, clarinetes y demás metales se hacen presentes en la “Casa de los ensayos”. La Banda de los Hermanos Meraz hace su entrada. Luego de tocar colocan sus instrumentos en el piso, justo frente a la prisión donde será llevado en la noche el Cristo de Iztapalapa, y suben a comer. Rutilia y Magda sirven el arroz y el bacalao mientras MariLu, Meche, Guille y sus hijas pasan los platos a la mesa donde ya están sentados los 33 músicos. Son generosas en sus porciones; con un plato de arroz podrían comer dos personas.
Los músicos casi no hablan. Comen bien porque ya no probaran nada hasta que Jesús sea encarcelado en al Casa de los Ensayos, por ahí de las dos de la mañana del viernes. Para entonces las hermanas Cano los esperarán con unas tortas de jamón de pavo con frijoles refritos y aguacate.
Toman asiento los hijos y nietos de la familia Cano y uno que otro extra que participa en la representación. De pronto llegan a caballo el rey Herodes y otros personajes bíblicos. Las mujeres Cano se acercan con el retrato de don Juan. Los Clarines de Iztapalapa interpretan la “Marcha dragona”. Doña Alicia y sus hijas no pueden contener el llanto. El rey habla:
—¡Juan Cano Martínez!
—¡Presente! —contesta la concurrencia.
Tres veces se hace el pase de lista como un homenaje a este hombre que le tuvo tanto cariño a la tradición de su barrio.
En canto sale la procesión encabezada por el Cristo, las mujeres Cano vuelven a la cocina. Hay que preparar las tortas para la cena, capear los trozos de pescado para el bacalao y remojar el maíz para el pozole que se dará en el desayuno a la banda la mañana del Viernes Santo.
A las 11:30 de la mañana el Cristo de Iztapalapa y su Ángel dejan su camerino y se coloca en el interior de la celda. Durante dos horas la gente desfila delante de ellos para mirar al Jesús, tomarle una foto con el celular y la infaltable selfie antes que comience su tormento y muera en la cruz. Después el Cristo será llevado al Jardín Cuitláhuac, donde será juzgado y condenado.
Las hermanas Cano le dan un último vistazo a su comida. Solo hay que dejarla con lumbre muy bajita para que permanezca caliente. Eso les dará tiempo de ir a ver un poco de la representación.
A las cinco de la tarde el Cristo muere. MariLu y su hija ya han puesto las mesas de nuevo en la parte superior de la casa. Pronto llegará la banda hambrienta. Seguramente el Cristo, los apóstoles y alguno que otro colado también. Para todos hay. No importa que ellas, y nadie más, sean las que aportan todo el presupuesto para los alimentos; no importa que durante el año se abstengan de un antojo para ahorrar lo más que puedan para la Semana Santa. A nadie la negarán un plato de comida, de buena comida.
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