RÁPIDOS Y FURIOSOS
Esta semana fuimos testigos de uno de los accidentes más impactantes de que tengamos memoria: un BMW a 200 kilómetros por hora se estrelló contra un poste en Paseo de la Reforma. El auto se partió en dos, murieron cuatro personas, dos de ellas perdieron la cabeza –literalmente-, el conductor quedó vivo y ahora enfrenta un proceso judicial.
Dos causas son las que originaron el terrible hecho: alcohol y velocidad. Ambos han sido determinados por la Organización Mundial de la Salud como los principales factores de riesgo en la ocurrencia de accidentes de tránsito.
En México, los siniestros viales son la primera causa de muerte de jóvenes entre 15 y 29 años. De acuerdo con el Consejo Nacional para la Prevención de Accidentes, cada año mueren por esta razón más de 20 mil personas y entre 40 y 60 % de estas muertes están relacionadas con el consumo de bebidas alcohólicas. Adicionalmente, 1.4 millones de personas al año resultan con lesiones y 1.2 millones terminan con alguna discapacidad.
Estos accidentes le cuestan al país más de 120 mil millones de pesos al año pues, además de las vidas humanas (las cuales tienen un valor inconmensurable), los costos por hospitalización, rehabilitación, pérdidas materiales, daños psicológicos y pérdida de productividad, convierten a este problema de salud pública en un asunto que debiera ser prioritario para todos: gobiernos en sus tres niveles, iniciativa privada y sociedad civil.
Entendamos de una vez por todas: conducir ebrio no es gracioso, burlar al alcoholímetro no es heroico, manejar a toda velocidad no da estatus. Eso solo pasa en las películas, y ahí, también se mueren.
ISMAEL FRAUSTO
Director Editorial