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Editorial: Huachi-Coleeeeros

Editorial: Huachi-Coleeeeros
  • Publishedmayo 12, 2017

Las últimas semanas ha tomado relevancia un término que, hasta hace poco, era desconocido para la mayoría de la población: huachicoleros.

Una buena definición de la Real Academia de la Lengua Española podría ser: “Dícese del grupo de personas que se dedican a la producción, almacenamiento, distribución y venta de huachicol”.

Y aquí la duda vuelve a asaltarnos: ¿qué demonios es el huachicol?

Otra hipotética definición de la RAE sería, porque no es -si se consulta la página web de la Academia dice “La palabra huachicol no está registrada en el Diccionario”- : “Dícese del alcohol adulterado en cualquier forma por los mexicanos que se vende de manera clandestina”.

O sea que el huachicol ha sido, desde hace mucho tiempo, el alcohol patito, el alcohol que ni siquiera merece llamarse alcohol porque debido a su baja, bajísima calidad, sólo llega a huachicol.

Hasta hace poco tiempo, ese era el sentido de las palabras que ahora ocupan los titulares de los periódicos, pero, en esa riquísima transferencia semántica en que somos expertos los mexicanos, ahora se ha hecho extensivo al combustible patito, pirata, extraído ilegalmente de los ductos de PEMEX –robado, pues-, distribuido y comercializado como se hace con el alcohol adulterado o con los CDs con contenido pirata, a través de intrincados canales subterráneos, en el mercado negro, en una red que en realidad está en la superficie, que todo mundo puede ver y, lo que es peor, a todo mundo le parece normal.

“Lo que queremos es salvar el honor de la familia y que no nos digan que andamos metidos en mafias”, dijo el papá del bebé asesinado en una carretera cercana Santa María Moyotzingo, Puebla, en un trágico hecho que, además, tuvo como saldo a dos mujeres violadas por ocho sujetos.

Sin criminalizar a las víctimas, la realidad es que esta zona de Puebla está que arde por la guerra, sí, guerra, de los grupos de huachicoleros con las fuerzas del orden. Es impresionante ver la facilidad, el arrojo y la temeridad con la que civiles a bordo de camionetas pick up se atreven a cerrarle el paso a convoyes del Ejército o de la Policía, enfrentarlos con armas largas y, de plano, dejar en claro que en la región ellos mandan.

Pero, tal vez es más sorprendente la forma en que los habitantes de esos pueblos no sienten que estén cometiendo delito alguno al robarse el combustible de PEMEX –el huachicol-. No, para muchas de esas personas, los ductos que atraviesan sus poblados “son de los mexicanos”, una fuente inagotable de un precioso líquido que pueden vender y que se convierte en su modus vivendi.

“Ladrón que roba a ladrón…” dicen.

ISMAEL FRAUSTO
DIRECTOR EDITORIAL

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Ismael Frausto