El Topo que entrena perros
Por Mariana Pérez Viveros
—No, Anita. Ahora que vean que te llevas conmigo te van a decir “ese Topo es bien peleonero”. Y la verdad es que sí. Sí me prendo rápido.
Esa fue mi primer plática con don Lalo El Topo, como es conocido este hombre en el jardín público que está escondido en la colonia San Ángel Inn, entre residencias y casetas de vigilancia: el parque de la Bola. No me atreví a preguntar el origen de su apodo, pero imagino que es por huraño y porque tiene muy mala vista; aprieta los ojos para enfocar y tratar de ver a lo lejos a los perros de los vecinos que cuida y pasea.
No fue fácil entablar una amistad con él. Lo ubiqué desde hace mucho, siempre ha vivido en la misma colonia que yo, la Olivar de los Padres. El Topo no tiene un rostro amable, hay dureza en sus expresiones. Sólo saluda de manera cálida a los que aprecia y respeta, a los demás los ignora o los trata de manera hosca. Por esta razón no creí que algún día terminaríamos chismeando en el parque.
Fue su amor y respeto a los perros lo que lo acercó a él..Más de una vez me vio en la ciclopista luchando con Tobías, mi perro. Me miraba de reojo mientras pasaba a lado mío con sus canes bien entrenados. Nunca trató de disimular su reprobación ante mi mal manejo de perros. Me daba cuenta que quería decirme algo, pero no se atrevía… en un inicio.
Un día por fin me gritó.
—¡No, pues es que él te está dominando! Debes demostrarle que tú eres la que lo domina.
Yo lo miré de arriba a abajo y dije vagamente: “Sí, ajá, gracias”.
Esa manera fuerte y segura de caminar, su mirada reprobatoria y su voz rasposa sólo me indicaban que ese hombre no podía tratar bien a los animales.Mis prejuicios me decían: a ese hombre sus perros le tienen miedo, no respeto. Me equivoqué.
Una mañana estaba en el parque con Tobías y un amigo que lleva cinco perros a su cargo. Lalo El Topo llegó, nos saludó firmemente con su manaza áspera de hombre trabajador y liberó de la correa a sus “canitos”, como él les llama.
—¿Y tú por qué no sueltas al tuyo? —Me preguntó de manera retadora.
—Porque está loquito y se pelea con todos. Tiene la mecha muy cortita —contesté— Me da miedo que se peleé.
Bastó que yo dijera esas líneas para que empezaran las lecciones. Se acabó la timidez, la hosquedad y en su lugar llegaron la pasión, las lecciones de “etología” canina y, por fin, una sonrisa. El Topo no es un hombre que trate delicadamente a nadie, ni a las personas, ni a los perros. Nos trata rudamente, nos habla con seguridad, a todos por igual; él sabe que para dominar una jauría debe tener carácter, ser disciplinado y nunca demostrar debilidad.
El Topo me enseñó a dominar a Tobías, a educarlo, entre pláticas y chismes de la colonia. Parece que sabe la historia de cada casa y de cada vecino. Le encanta platicar y que se le preste toda la atención del mundo. Incluso, a veces no se percata de que uno le habla o le pregunta algo, él se concentra en sus historias, en su voz, tanto que me llama con un nombre que no es el mío.
—¡Uy Anita! Ahí donde ves la resbaladilla encontraron el cuerpo de una chica hace como un mes, y no sabes la mala vibra que sentía ahí. Yo no sé tú, Anita, pero yo sí creo en las vibras, yo sí soy muy religioso. Así que después de ver el lugar, porque una vecina me pidió que lo revisara, me fui con Hugo a que me pasara un huevo. Y vieras que salió negro. ¿Sí sabes que este parque era el jardín de un militar? —Chiflido para llamar a los perros— En serio, Anita, aquí vivieron muchos militares y uno de ellos cuando se mudó —avienta la pelota para distraer a los perros— donó el terreno para hacerlo parque público. Por eso no está bien que quieran cerrar las calles para dejar paso sólo al tránsito local.
Así van sus historias, así van sus mañanas en la colonia, siempre con una jauría que ante una orden dada por él, se echa a su alrededor, mirando hipnotizados la cangurera donde guarda una serie de tesoros: pelotas, premios o comida; pendientes de sus manos que sólo los acaricia cuando obedecen;, pendientes de sus palabras cuando les dice que se porten bien porque son perros que tienen la fortuna de vivir en casas donde los quieren.
Lalo El Topo tiene una serie de fieles seguidores humanos, muy a lo César Millán, su gran ídolo y modelo a seguir. A todos les enseña cómo ser líderes de manada, como mantener el equilibrio emocional de sus perros, les da consejos veterinarios y los pone a entrenar, sí, a humanos y a canes. Él es el resultado de una pasión y una serie de conocimientos que no pasaron por una universidad. Todo lo que sabe de animales lo aprendió con el tiempo, con el trato, observando el comportamiento de los perros y codeándose, según él, con los mejores veterinarios de la ciudad.
Hoy en la colonia Olivar de los Padres tenemos un parque donde nos reunimos varias personas hasta juntar más de una decena de perros, una jauría en forma que se comporta de manera armoniosa y juguetona gracias al Topo.
Tobías ya no se pelea y a veces, cuando escucha que Lalo El Topo grita a Chocolate, su perro favorito, se asoma feliz por la ventana.