Editorial: El pito del Metro
Este tema ya está muy sobado, pero viene a colación porque en esta semana 15 mil silbatos para prevenir y disuadir el acoso y el abuso sexual fueron puestos a disposición de los capitalinos (sí, no se dice ni se escribe “capitalinos y capitalinas”, además de que el pito del Metro no es para uso exclusivo de las damas).
La tradicional picardía mexicana no ha perdonado esta estrategia contra la violencia y ha llenado las redes sociales y las charlas de restaurante o fonda de chistes y albures en referencia al célebre artefacto.
Y así, se ha escuchado a alguien decir: “si vas por tu pito, recógelo en Pino Suárez”, aunque le faltó recordar que también se entrega en las estaciones Hidalgo, Guerrero, Pantitlán, Balderas y Chapultepec y en juzgados cívicos hasta que se agoten, los 15 mil pitos.
Es imposible no reír ante el ingenio de la gente, ante la tendencia innata a banalizar y ridiculizar todo lo que se nos pone enfrente pero, una vez pasada la risa, ¿será posible que nos demos cuenta de la terrible realidad a la que se enfrentan millones de mujeres en la CDMX, en el país o en el mundo, que son violentadas brutal o sutilmente -aunque la sutileza no deja de ser agresión- por seres enfermos que buscan placer a costa de ellas?
Y, para no ser feministas, también los hombres –los menos- sufren de violencia sexual, entendiendo por ello cualquier situación pretendidamente erótica que va en contra de su voluntad.
Por pura curiosidad quisiera saber, si tú. Sí, tú, amable lector que deslizas tu mirada sobre estas líneas, ¿alguna vez has manoseado a alguien en el Metro, en un microbús o en una parada del camión? Tú, querido lector, ¿alguna vez le has arrimado el camarón a alguna linda chica en medio de los apretujones matutinos?
Y si lo has hecho, ¿qué has sentido? ¿en verdad es placentero? ¿de veras es divertido? ¿o simplemente tu mundo es tan pequeño y jodido que no te has dado cuenta de que el verdadero placer sexual se encuentra en el consentimiento de ambas partes?
No. Resulta que el pito del Metro no es un chiste. Es una sonora llamada de atención a todos los capitalinos. Es un grito desesperado de quienes se sienten vulnerables ante la lasciva afrenta de personas enfermas y resentidas con la vida, que son incapaces de establecer relaciones personales sanas y que desahogan esa frustración en lo que ellos creen es un inofensivo arrimón y no saben, o no quieren saber, que con esta acción hieren profundamente a la persona agredida.
No. El pito del Metro no causa risa. Debería hacernos sentir vergüenza. A todos.