La generación Tohui Panda
Por Memo Bautista
Cuando uno visita Chapultepec es inevitable pensar en los osos panda, sobre todo aquellos que rondan los 30 años de edad y que en 1982 no tenía más de seis: la generación Tohui panda.
¿Quién no recuerda a Yuri con su traje plateado, seguida por decenas de niños, cantando afuera de las infames jaulas del zoológico al pequeño panda de Chapultepec, que dicho sea de paso era hembra?
El 10 septiembre de 1975 la República Popular de China donó al Zoológico de Chapultepec de la Ciudad de México una pareja de pandas gigantes como símbolo de amistad con México. Cinco años después Pe-Pe y Ying-Ying procrearon a Xeng-li, el primer panda nacido en cautiverio fuera de China. Sin embargo, sólo vivió nueve días; fue aplastado por su madre mientras dormía. En 1981, el 21 de julio, Ying-Ying dio a luz a otro cachorro. El mundo se emocionó porque se trataba de la primera cría de esta especie que pudo nacer y sobrevivir en cautiverio.
Las autoridades lanzaron un concurso para darle nombre al panda. El ganador fue el niño Parménides Orpinel García, quien desde Guachichi, Chihuahua, propuso el nombre de Tohuí, que significa niño en lengua tarahumara. Por la costumbre malinchista de convertir los sonidos al inglés, también se le conoció como “Towi”. El premio fue un auto del año, que nunca recibió el triunfador.
De inmediato la gente tomó como propio al animal y se volcó a Chapultepec para conocerlo. Las personas, formadas en la fila para presenciar el espectáculo que se presentaba sólo en determinados horarios, se contaba por miles. Familias completas soportaban más de dos horas, de pié bajo las inclemencias del sol, comiendo tortas frías de huevo con frijoles; o las famosas de jamón o queso de puerco casi transparente con una pobre embarrada de mayonesa y mucha col que vendían en el bosque. No podía faltar el agua de limón en cantimplora blanca con tapa roja, la paleta de hielo o las congeladas de grosella o de rompope, para sofocar la sed.
Cualquier sacrificio valía la pena con tal de ver por un par de minutos a la pequeña panda mexicana jugar en la resbaladilla, comer bambú, dar maromas o ser cargada en los brazos de su mamá.
Fue tal el entusiasmo por Tohuí que se le compusieron un par de canciones: “El pequeño panda de Chapultepec”, que cantaba Yuri –que, se dice, fue compuesta a petición de Carmen Romano Nolk, esposa de José López Portillo–, y “Towi Panda”, interpretada por Ginny Hoffman que era la gran estrella infantil del momento.
Los puestos ambulantes del bosque se llenaron de peluches de panda, aunque había una versión más barata hecha con un plástico duro. No faltó el que tenía su crema o loción de “Avón”, con aroma a bambú eso decía el envase– embotellada en el cuerpo de Tohuí. Y todos, invariablemente, tuvimos un compañero con sobre peso al que le acomodaba muy bien el nombre del panda como apodo. Todo México estaba feliz.
Luego de 16 años, ya sin el furor del que gozó en su primer año de vida, Tohuí murió, el 16 de noviembre de 1993, a causa de una crisis de leptospira, una enfermedad que provoca que el intestino esté ulcerado. Pero la panda dejó huella. Los niños de ayer, hoy son padres y en cuanto llegan al zoológico corren con sus hijos a la jaula de cristal de los pandas. La emoción sólo es para el adulto porque el niño hace una mueca de decepción al percatarse que en el interior hay un panda cuya gracia es comer bambú indiferente a sus espectadores. Cuando no, se la pasa dormido. Es muy aburrido, no se compara en nada con su antecesora que por el simple hecho de ser un cachorro se convertía en un espectáculo.
El zoológico de Chapultepec no es lo mismo sin este. Lo único que queda es comprar uno de peluche con los vendedores ambulantes de la avenida Acuario o la avenida Heroico Colegio Militar —que atraviesan el parque— unas palomitas, sentarse en el pasto y tararear la canción de Yuri como homenaje a los dos osos:
“Pequeño panda, aun no andas, y ya queremos verte jugar, con tu mamita que esta orgullosa porque naciste en nuestra ciudad…”.