Los perros, los otros damnificados del sismo
Por Memo Bautista
Unas horas después del terremoto del 19 de septiembre, Rampu, el hospital veterinario que dirige María de Jesús Cárdenas, comenzó a recibir la visita de personas que buscaban a sus perros. Afuera, sobre la avenida Cuauhtémoc, a la altura del número 151, la calle se transformó en un río de gente. Pronto llegaron rescatistas con algunos canes para que fueran atendidos.
Así fue como Mary y su equipo de médicos veterinarios comenzaron a subir a sus redes sociales fotos de los ejemplares para que pudieran ser identificados por sus dueños. Cuando empezaron a llegar por los perritos, ella dio la consulta y la atención de forma gratuita. Empezaron a correr la voz y llegó más gente.
Al poco tiempo, una señora damnificada, que ahora vive en el albergue instalado en el Jardín Pushkin, cayó en el sitio. Su bull terrier empezó a tener problemas respiratorios. Sin pensarlo lo llevó al hospital. Mientras Mary revisaba al perro, la mujer sacó su monedero y con un tono de preocupación preguntó por el precio de la consulta. No sabía si le iba a alcanzar. Cuando la veterinaria le informó que no tenía costo y que le darían también el tratamiento sin que desembolsara un centavo, la mujer desfiguró un poco el rostro. No podía creer que en medio de la tragedia alguien hubiera pensado en su amigo, su perro, y le diera atención como a cualquier humano en desgracia. Comenzó a llorar. Salió del lugar con tratamiento para su can y croquetas para que comiera.
Entre las 30 mascotas lesionadas por el sismo que ha atendido Rampú, está un gato con fractura de cadera, probablemente porque le cayó un fragmento de un muro; una perra viejita con dolor articular que se agudizó por los golpes que recibió durante el temblor. Llegó mojada porque así, como la sacaron de los escombros, la lavaron para quitarle la tierra; y una gatita embarazada que no logró completar la gestación.
“La gatita ya había sido valorada en un albergue”, narra Mary. “Ya tiene dueños, la adoptaron, pero la vieron rara, quieta. Nos la trajeron en la noche, la valoró una de mis médicos y venía gestante pero sin movimiento de los fetos. Le hicieron ultrasonido y ya no había latidos. Esto pone en peligro la vida de la gatita también. Ya se operó, le sacaron el útero. Traía un bebé mortinato ya, fetito muerto. Ahora ya está bien”.
Pero no solo son lesiones físicas las que han atendido. En la madrugada del miércoles llegó una perra bull terrier muy agresiva, tanto que le tuvieron que poner bozal. En cuanto le avisaron del caso a Mary se acercó al can. Con la experiencia adquirida durante años, le quitó el artefacto y la abrazó. La perrita entonces se aferró al cuerpo de la veterinaria. No la quería soltar. Esa humana se convirtió en su apoyo.
“Se fue hoy sin bozal, súper tranquila, nos lamía la mano. Ese estrés que traía lo manifestaba mordiendo. Fue el impacto que tuvo porque no sabía qué pasaba. Ellos (los perros) solo nos perciben. Y perciben todo lo que estamos viviendo nosotros”.
“Somos un hospital particular pero viendo la necesidad nos unimos”, me platica Mary cuando le pregunto por cuánto tiempo atenderá sin costo a los animales dañados por el terremoto. “Yo voy a aguantar mientras el bolsillo nos aguante. Los laboratorios nos están apoyando, ya gente nos está donando algo de dinero. Voy a parar proveedores, pago de cosas. Yo creo que me van a entender, se están solidarizando conmigo. Mientras yo aguante lo voy a hacer, el tiempo que sea necesario”.
En el área de recuperación, una pequeña perra mestiza vendada de una mano está encerrada en una jaula. Aunque ya mejoró en salud, se nota triste. Su nombre es Luneta. Durante el temblor corrió asustada al baño, pero una pared colapsó. Un bloque la lastimó. Cuando su familia la recogió curaron su herida. Horas después en el albergue que armaron frente a su unidad, en la calle de Chimalpopoca de la colonia Obrera, Luneta perdió el equilibrio, no podía mantenerse en pie y empezó a convulsionar. Una rescatista la llevó al hospital y Mary la atendió.
Mientras la veterinaria platica conmigo, un muchacho de unos 18 años entra al lugar. En cuanto lo ve, la perra comienza a inquietarse, quiere salir. Una chica abre la jaula y se la da al joven. Luneta no para de moverse, la cola va de un lado a otro, comienza a ladrar, parece que sonríe. El chico la abraza, la pega a su cuerpo a la altura del pecho, junta su cara a la de ella y la besa. Dos lágrimas escapan. La catarsis se presenta. Podrá estar sin casa y sin pertenencias, pero por primera vez, luego del sismo, por fin esa noche su familia estará completa.