Una banca en la CDMX es un regalo
Una banca en vía pública es un regalo, como maná caído del cielo en una ciudad que suele ofrecer pocos lugares de descanso a sus peatones.
La CDMX no es cómoda para los caminantes que además de cuidarse de los coches, las banquetas parchadas y del acecho de los asaltantes de caminos, no tienen donde recuperar fuerzas cuando el calor aprieta como lo ha hecho las últimas semanas.
A la contaminación que parece haber vuelto con el aliento feroz de los dragones de Game of Thrones y los índices de criminalidad por arriba de la inflación, la instalación de nuevas bancas es una buena noticia; es un guiño, un espaldarazo piadoso hacia los de a pie, los eternos olvidados de la ciudad.
Como soy un caminante profesional, cada vez que las multitudes me niegan la entrada al Metro o al Metrobús, me convierto en eso que los franceses denominan flâneur, pero no nos pongamos exquisitos, que no somos franceses y en español existen palabras para eso: peatón, caminante, paseante, andariego, transeúnte o viandante.
De no caminar, habría tardado en descubrir que la Delegación Benito Juárez instaló bancas en el camellón de Doctor José María Vértiz. Llama la atención que las pusieran en un espacio donde sólo cabe una y por donde no se puede caminar sin interrupciones porque las palmeras y los árboles lo impiden.
Aunque no he visto que más personas ocupen las bancas, hace unos días me senté y descubrí que se pueden hacer algunas actividades: si hace calor, los coches crean corrientes de viento refrescante; si quiero desconectarme, me clavo en la textura de la palmera más próxima, como en un ejercicio budista de concentración.
Si es verdad que en una ciudad como la nuestra nadie puede experimentar la verdadera soledad, apuesto que ahí, en medio de la nada, nadie va a molestarme porque para la mayoría de los peatones, ver una banca ahí, es como quien descubre un hoyo negro en el patio de su casa.